Basado en hechos reales.
Los siete años son una edad complicada para un niño. A los siete años eres lo suficientemente grande como para dormir solo, pero aún lo suficientemente pequeño como para temerle a los espectros sombríos que emergen desde las profundidades de tu imaginación. La vida, llena de misterios e incógnitas, sigue siendo muy grande para Cristian. Este planeta aún desconocido para él; lo seduce, lo intimida.
El mayor temor de Cristian, no son los monstruos bajo la cama o la vecina de la casa de enfrente, a la que todos le temen. La llaman “La Viejaloca” y siempre se la ve hablando sola o con alguno de sus 13 gatos.
Lo que paraliza a Cristian es dormir.
Cuando duerme, se siente vulnerable. De alguna manera, inconscientemente, sabe que dormir nos recuerda a todos en este mundo la característica más común y la más determinante, la más influyente y poderosa razón en la vida: La muerte.
Al dormir nos acercamos a nuestro inevitable destino.
El sueño para Cristian es tan misterioso como real. La inevitable naturaleza del sueño, nos acerca y nos recuerda el único sitio donde el ser humano no tiene control.
Cristian lo sabe. Todo tiene su final. Está convencido de que al dormirse podría no despertar nunca más y eso le aterra.
¡Cristian no quiere morir!
Por eso, cada vez que llega el ocaso, se inquieta. Corre, grita, llora. Usa palabras prohibidas, se esconde en algún placard, trata de escabullirse a toda costa y cuando finalmente lo atrapan, busca defenderse con puños y patadas, mordisqueando como un animal salvaje a quien se interponga en su camino.
Todas las noches alrededor de las diecinueve horas Cristian intenta escapar de su madre. Salvarse de ese ritual morboso, ese ritual macabro, que sus padres lo obligan a realizar. Su madre, que dice amarlo más que a nada en el mundo, lo obliga a bañarse, le hace comer una rica y abundante cena - que podría ser su última cena - y para colmo acostumbra a leerle un tierno cuento infantil antes de abandonarlo en lo que podría ser su lecho de muerte.
Cristian lo llama El Ritual Del Ocaso. Lo ve como su preparación para recibir a la inminente e inesperada muerte que nunca avisa. A pesar de resistirse al Ritual Del Ocaso, por una cuestión de preservación natural; bien sabe que su madre hace todo por amor. Ella jamás permitiría que él muera sin una buena cena, ni lo dejaría irse para siempre sin haber tomado un baño caliente. Cada noche, Cristian recibe el beso de buenas noches de sus padres como si fuera el último. Sus pensamientos en medio de la silenciosa oscuridad de su dormitorio cargan consigo la esperanza de poder despertar con vida al día siguiente.
Siempre que va a dormir, cree que no despertará más.
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